Pistas blancas

Este año, durante el puente de la constitución, he tenido la suerte de hacer algo distinto. Aprovechando la prematura apertura de las pistas de esquí en Madrid me he animado y me he subido a esquiar a la sierra. Realmente, más que a esquiar he subido para aprender a esquiar, ya que hasta el otro día, mi relación con la nieve se limitaba a unos cuantos muñecos durante mi infancia, alguna que otra guerra de bolas y poco más.

Así que este año me animé. Tras un inhumano madrugón, necesario para poder llegar a tiempo antes de que cierren los aparcamientos, llegamos sobre las 8 a la estación madrileña de Valdesqui. Una horita de cola para comprar la entrada a los remonte y…. empiezan las caídas, resbalones y por supuesto, las risas. Hay que decir, que se formaron rápidamente dos equipos: El equipo Novato, del que fui miembro desde el principio, que sobrado de ilusión y ganas empezó a marcar territorio en la pista infantil aprendiendo a coger los arrastres sin caerse, y el equipo Avanzado que aguantaron el tirón un buen rato intentando explicarnos como era eso de “hacer cuña” para no matarte.

El tiempo fue mejorando, mientras avanzaba el día, empezando con una niebla matinal que tras despejarse dio paso a un soleado día de montaña. Así que a las cinco de la tarde, tras haber pasado un día de caídas, descensos, gritos y muchas, muchas risas, nos fuimos de nuevo para casa. Obviamente y debido a la "buena comunicación" de las carreteras de esta, nuestra Comunidad, nos chupamos un atasco de casi dos horas para recorrer los apenas 10 kilómetros, que nos separaban del puerto de Navacerrerada.

En conclusión, he aprendido a esquiar, me he reído lo que no esta escrito y además he cogido algo de ese bronceado de cara, que tanto me favorece. Un día perfecto.